Otra noche que me voy a la cama con el recuerdo, pero hoy es mas intenso. Se cumple un aniversario que nunca hubiese querido celebrar pero que esta vida caprichosa elige y no da opción.
Hace un par de años compartimos nuestra última noche. Lo que parecía una noche más de hospital, rodeada de los malditos apuntes de derecho esa asignatura que amargaba mi carrera y que no era capaz de quitarme del medio, pronto se convirtió en una noche para no olvidar.
Ninguna quisimos dormir, o mejor dicho no pudimos, pero es más bonito pensar que no queríamos perder ni un minuto juntas.
Siempre dije que pase la peor noche de mi vida, pero no sería justo. Pasar una última noche con la persona que te dio la vida, con la que compartiste los mejores momentos y con la que consideras la más importante de tu vida es un regalo.
Lo que no me hizo disfrutar de ti aquella noche, era el miedo a perderte, que cada vez estaba mas presente, porque algo dentro de mi me avisaba que la despedida estaba cerca. Al final, juntas conseguimos ver el sol, pero yo seguí el camino y tu decidiste irte antes que el sol se escondiera. Ahí comenzó la labor de comunicación, que en mi corta carrera profesional ya puedo asegurar que fue la más dura. Coger el móvil e informar de tu partida a la gente que te quería no fue tarea fácil. Al menos respiraba tranquila, y había abandonado la angustia que durante un año me acompaño. Verte sufrir me partía el corazón, y cuando dejaste de respirar el alivio se instaló en mi, por fin podías descansar.
El ruido de unas llaves que van a abrir la puerta, tacones que suben las escaleras, la cucharilla del café por la mañana...esos actos cotidianos se han convertido en recuerdos, ahora solo queda el silencio.
Mañana de nuevo saldrá el sol, y pondré los pies en el suelo volviendome a acordar de ti, y pensando en como se torció todo para que te fueras, era demasiado pronto.
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